Por Raúl Edgar Ortego-
Comienzo reconociendo a Yuval Noah Harari cuánto me está ayudando a pensar. Actualmente estoy en el capítulo 11 de su libro Homo Deus, titulado “La Religión de los datos”. No se trata de ningún enfoque religioso; analiza el impacto, en los comienzos del siglo XXI, del flujo incesante, y caótico, de datos sin dirección ni control sistémico respecto a toda temática, no parece haber excepción alguna. Su análisis se encamina a discutir posibles derivaciones futuras de ese flujo caótico de información. Redactaré las citas de Harari con la fuente “Times New Roman”, y mis comentarios con la fuente “Arial”; las ideas resaltadas en negritas, y/o coloreadas, son ediciones mías.
Harari introduce el tema aclarando lo que denomina “dataísmo” (pag. 354): El dataísmo sostiene que el universo consiste en flujos de datos, y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos. Esto puede sorprender e incluso parecer una idea excéntrica y marginal, pero en realidad ya ha conquistado a la mayor parte de las altas esferas de la ciencia.
El dataísmo nació de la confluencia explosiva de dos grandes olas científicas.
En los ciento cincuenta años transcurridos desde que Charles Darwin publicara El origen de las especies, las ciencias de la vida han acabado por ver a los organismos como algoritmos bioquímicos.
Simultáneamente, en las ocho décadas transcurridas desde que Alan Turing formulara la idea de una Máquina de Turing, los científicos informáticos han aprendido a producir algoritmos electrónicos cada vez más sofisticados.
El dataísmo une ambos, y señala que las mismas leyes matemáticas se aplican tanto a los algoritmos bioquímicos como a los electrónicos.
Me parece que Harari le otorga a los algoritmos una entidad que no tienen, los algoritmos creo que son entelequias similares a los “tipos ideales” de Max Weber. No tienen existencia propia, son construcciones humanas que representan fenómenos para ayudarnos a entender ciertas causas y secuencias, pero no son un fenómeno en sí. Los fenómenos biológicos, y también los solo físicos, representados por esos algoritmos están sujetos a variables parcialmente conocidas, por ej.: ¿las mutaciones son aleatorias?
Continúa Harari: “De esta manera, el dataísmo hace que la barrera entre animales y máquinas se desplome, y espera que los algoritmos electrónicos acaben por descifrar los algoritmos bioquímicos y los superen”.
Creo que dos ideas posteriores terminan de completar la introducción temática. La primera es: “Según el dataísmo, la Quinta Sinfonía de Beethoven, la burbuja de la Bolsa, y el virus de la gripe, no son sino tres pautas de flujo de datos que pueden analizarse utilizando los mismos conceptos y herramientas básicos. Esta idea es muy atractiva. Proporciona a todos los científicos un lenguaje común, construye puentes sobre brechas académicas, y exporta fácilmente ideas y descubrimientos a través de fronteras entre disciplinas. Por fin, musicólogos, economistas y biólogos celulares pueden comprenderse mutuamente. La segunda es que “En el proceso, el dataísmo invierte la pirámide tradicional del conocimiento. Hasta ahora, los datos se veían únicamente como el primer eslabón de una larga cadena de actividad intelectual. Se suponía que los humanos destilaban los datos para obtener información, destilaban la información para obtener conocimiento, y este se destilaba en sabiduría. Sin embargo, los dataístas creen que los humanos ya no pueden hacer frente a los inmensos flujos de datos actuales ni, por consiguiente, destilar los datos en información ni mucho menos en conocimiento o sabiduría. Por lo tanto, el trabajo de procesar los datos debe encomendarse a algoritmos electrónicos, cuya capacidad excede con mucho a la del cerebro humano. En la práctica, esto significa que los dataístas son escépticos en relación con el conocimiento y la sabiduría humanos, y que prefieren poner su confianza en los datos masivos y los algoritmos informáticos.
La reflexión que escribí sobre estas ideas previas, como nota adjunta en el ejemplar electrónico que estoy leyendo, fue la siguiente: “Un tema crucial con los datos es interpretarlos”. Amplío la idea para estas notas, porque es frecuente confundir epistemológicamente datos con hechos. Un dato ya supone una interpretación; resulta de procesar un hecho, y con diferente significado según el contexto particular de análisis. Lo he resumido para mí como que un dato es un hecho interpretado. Por ejemplo: una muerte por gripe es un hecho, puede ser un número más solo en el numerador, y relacionarlo con el total de afectados en el denominador, y confeccionar el dato «índice de letalidad» (cuántas personas mueren del total de afectados); el mismo hecho puede colocarse en numerador y denominador para confeccionar el dato “índice de mortalidad” (qué proporción del total de fallecidos, sea por la causa que fuese, corresponde a la afección de interés en el numerador); pero también, el hecho puede analizarse individualmente, constituyendo el dato “paciente 0” para estudiar sus contactos, y tratar de construir una “cadena de contagios”, etc. Coincido con Harari en que un flujo caótico de datos, es decir, diversos hechos interpretados en diversos contextos, y distribuidos de manera sesgada, al menos no genérica, supone una dificultad para interpretaciones sistémicas; y quizás, como plantea Harari, hasta la imposibilidad de hacerlo.
Las ideas de Harari tal vez sean exageradas, o quizás sea su estilo para desafiar criterios comunes. Cito algunas afirmaciones (pag.355): “Hoy en día no solo se ven como sistemas de procesamiento de datos a los organismos individuales, sino también a sociedades enteras como las colmenas, las colonias de bacterias, los bosques y las ciudades humanas. También los economistas interpretan cada vez más la economía como un sistema de procesamiento de datos. Los profanos creen que la economía consiste en campesinos cultivando trigo, obreros fabricando ropa, y clientes comprando pan y calzoncillos. Pero los expertos ven la economía como un mecanismo para acopiar datos sobre deseos y capacidades, y transformar estos datos en decisiones. Según esta idea, el capitalismo de libre mercado, y el comunismo controlado por el Estado, no son ideologías en competencia, credos éticos, o instituciones políticas… son sistemas de procesamiento de datos que compiten. El capitalismo emplea el procesamiento distribuido, mientras que el comunismo se basa en procesamiento centralizado. El capitalismo procesa datos mediante la conexión directa de todos los productores y consumidores entre sí, permitiéndoles intercambiar información y tomar decisiones de manera independiente. Por ejemplo, ¿cómo se determina el precio del pan en un mercado libre? Bueno, cada panadería puede producir tanto pan como quiera y ponerle el precio que quiera. Los clientes tienen la misma libertad para comprar tanto pan como puedan permitirse, o ir a comprarlo a un competidor. No es ilegal cobrar 1000 € por una baguette, pero es probable que nadie la compre”. “… el capitalismo de libre mercado distribuye la tarea de analizar los datos y de tomar decisiones entre muchos procesadores independientes pero interconectados. Tal como explicaba Friedrich Hayek, el gurú austríaco de la economía: En un sistema en el que el conocimiento de los datos relevantes está disperso entre muchas personas, los precios pueden actuar para coordinar los actos individuales de diferentes personas”. “… En un mercado libre, si un procesador toma una decisión equivocada, otros se aprovecharán rápidamente de su error. Sin embargo, cuando un único procesador toma casi todas las decisiones, los errores pueden ser catastróficos. Esta situación extrema en la que todos los datos son procesados y todas las decisiones son tomadas por un único procesador central se llama comunismo. En una economía comunista, la gente supuestamente trabaja según sus capacidades y recibe según sus necesidades. En otras palabras, el gobierno se queda con el cien por cien de tus ganancias, decide qué necesitas y después satisface dichas necesidades. Aunque ningún país llegó nunca a llevar a término este proyecto en su forma extrema, la Unión Soviética y sus satélites se acercaron a ella tanto como pudieron. Abandonaron el principio de procesamiento de datos distribuido y pasaron a un modelo de procesamiento de datos centralizado. Toda la información que surgía de toda la Unión Soviética fluía hasta una única ubicación en Moscú, donde se tomaban todas las decisiones importantes. Productores y consumidores no podían comunicarse directamente, y tenían que obedecer las órdenes del gobierno”. Luego de varias citas y argumentaciones económicas, según Harari (pag.358): “El capitalismo no derrotó al comunismo porque fuera más ético, porque las libertades individuales fueran sagradas o porque Dios estuviera enfadado con los paganos comunistas. Por el contrario, el capitalismo ganó la Guerra Fría porque el procesamiento de datos distribuido funciona mejor que el procesamiento de datos centralizado, al menos en períodos de cambios tecnológicos acelerados. Sencillamente, el comité central del Partido Comunista no pudo adaptarse al mundo rápidamente cambiante de finales del siglo XX. Cuando todos los datos se acumulan en un búnker secreto y todas las decisiones importantes las toma un grupo de ancianos apparatchiks, se pueden producir bombas nucleares a espoletas, pero no se obtendrá un Apple ni una Wikipedia”.
Más allá de sus críticas al comunismo, y las igualmente duras que también dedica al capitalismo en otros párrafos de este capítulo, como asimismo en otros, la idea central en esta argumentación de Harari, para mí al menos, es destacar las consecuencias pasadas, y actuales, del procesamiento de datos en períodos de cambios tecnológicos acelerados. Desde esas consecuencias trata de inferir futuros posibles.
Así, sus argumentos van desde la economía a la política (pag. 361): “Los científicos políticos también interpretan cada vez más las estructuras políticas humanas como sistemas de procesamiento de datos. Al igual que el capitalismo y el comunismo, las democracias y las dictaduras son en esencia mecanismos que compiten para conseguir y analizar información. Las dictaduras emplean métodos de procesamiento centralizado, mientras que las democracias prefieren el procesamiento distribuido. En las últimas décadas, la democracia ha salido vencedora porque en las condiciones únicas de finales del siglo XX el procesamiento distribuido funcionaba mejor. En otras condiciones (las predominantes en el antiguo Imperio romano, por ejemplo), el procesamiento centralizado tenía ventaja, razón por la que la República romana cayó, y el poder pasó del Senado, y las asambleas populares, a las manos de un único emperador autócrata. Esto implica que, a medida que las condiciones de procesamiento de datos vuelvan a cambiar en el siglo XXI, la democracia podría decaer e incluso desaparecer. Puesto que tanto el volumen como la velocidad de los datos están aumentando, instituciones venerables tales como las elecciones, los partidos políticos y los parlamentos podrían quedar obsoletas, y no porque sean poco éticas, sino porque no procesan los datos con la suficiente eficiencia. Dichas instituciones evolucionaron en una época en la que la política se movía más deprisa que la tecnología. En los siglos XIX y XX, la revolución industrial se desarrolló con la suficiente lentitud para que políticos y votantes se mantuvieran un paso por delante y regularan – manipularan su trayectoria. Pero, mientras que el ritmo de la política no ha cambiado mucho desde los tiempos del vapor, la tecnología ha pasado de la primera marcha a la cuarta. Las revoluciones tecnológicas dejan ahora rezagados a los procesos políticos, lo que hace que tanto los miembros del Parlamento como los votantes pierdan el control.
Las TICs (Tecnologías en Informática y Comunicación) se ocupan del procesamiento de hechos para confeccionar datos, desde la producción, a la distribución, y almacenamiento. Creo que la magnitud y velocidad de los cambios en las TICs las han convertido, simultáneamente, por un lado, en recursos insoslayables de gestión, y conducción, y por otro, en causa esencial de problemas al respecto, entre ellos, económicos y políticos. Basta con reparar lo que sucede en, y por, los “mercados bursátiles”. Creo que la evolución de las TICs explican aspectos cruciales del desconcierto actual de los dirigentes.
Plantea Harari (pag. 361): “El ciberespacio es hoy en día crucial en nuestra vida cotidiana, nuestra economía y nuestra seguridad. Pero la selección crítica de diseños alternativos de las webs no se llevó a cabo mediante un proceso político democrático, aunque implicase cuestiones políticas tradicionales como soberanía, fronteras, privacidad y seguridad. ¿Votó alguna vez el lector al respecto de la forma del ciberespacio? Decisiones tomadas por diseñadores de webs situados lejos del foco de atención del público suponen que hoy en día internet es una zona libre y sin ley que erosiona la soberanía del Estado, ignora las fronteras, deroga la privacidad, y plantea el que quizá sea el más formidable riesgo global de seguridad. Mientras que hace apenas una década se registraba la actividad de los radares, hoy, funcionarios histéricos predicen un “ciberonce” de septiembre inminente”. Y agrega el autor: “… gobiernos y ONG llevan a cabo intensos debates sobre la conveniencia de reestructurar internet, pero es mucho más difícil cambiar un sistema existente que intervenir en sus comienzos. Además, para cuando la engorrosa burocracia gubernamental se decida a actuar en la ciberregulación, internet habrá mutado diez veces. La tortuga gubernamental no puede seguir el ritmo de la liebre tecnológica. Está agobiada por los datos. La Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos podría estar espiando todas y cada una de nuestras palabras, pero, a juzgar por los repetidos fracasos de la política exterior estadounidense, nadie en Washington sabe qué hacer con todos los datos. Nunca en la historia supo un gobierno tantas cosas acerca de lo que ocurre en el mundo…, pero pocos imperios han cometido tantos errores de bulto, y de manera tan chapucera, como el contemporáneo de Estados Unidos. Es como un jugador de póquer que supiera qué cartas tienen sus oponentes pero que, de alguna manera, se las arreglara para perder una partida tras otra”.
Así llega Harari a desafiarnos a los lectores expresando (pag. 361): “Es probable que en las décadas venideras veamos más revoluciones como la de internet en las que la tecnología gane la mano a los políticos. La inteligencia artificial y la biotecnología podrían avanzar pronto en nuestras sociedades, y en nuestras economías (también en nuestro cuerpo y en nuestra mente), pero apenas son un parpadeo en nuestro radar político. Sencillamente, nuestras estructuras democráticas actuales no pueden recopilar y procesar los datos relevantes con la suficiente rapidez, y la mayoría de los votantes no conocen lo bastante bien la biología y la cibernética para formarse una opinión pertinente. De ahí que la política democrática tradicional pierda el control de los acontecimientos y no consiga proporcionarnos unas visiones de futuro significativas”.
La idea implícita en “… visiones de futuro significativas” concierne directamente a los dirigentes. Creo que no solo a dirigentes políticos, sino a todo dirigente de actividades humanas conjuntas, con/sin fines de lucro, es decir, a dirigentes de organizaciones con todo tipo de finalidad. Quizás la mayor dificultad radica en que el pasado ofrece pocas enseñanzas para un futuro que se avizora con nuevas actitudes y procederes individuales, y por ende, con cambios profundos en relaciones comunitarias.
Harari se refiere al perfil ideológico de dirigentes del siglo XX, para reflexionar sobre actitudes y procederes de líderes con visiones, que personalmente describo como que “atrasan” en el siglo XXI. Harari escribe en la pag. 362: “En el siglo XX, los dictadores tenían grandes visiones de futuro. Tanto comunistas como fascistas pretendían destruir completamente el viejo mundo y construir en su lugar un mundo nuevo. Se opine lo que se opine de Lenin, Hitler, o Mao, no se los puede acusar de haber carecido de visión. En la actualidad parece que los líderes tienen la posibilidad de buscar visiones todavía más grandiosas. Mientras que comunistas y nazis intentaron crear una nueva sociedad, y un nuevo humano, con la ayuda de las máquinas de vapor, y las máquinas de escribir, los profetas actuales podrían basarse en la biotecnología y los superordenadores. En las películas de ciencia ficción, despiadados políticos del estilo de Hitler se aprovechan rápidamente de estas nuevas tecnologías, y las ponen al servicio de tal o cual ideal político megalómano. Pero los políticos de carne y hueso de principios del siglo XXI, incluso en países autoritarios como Rusia, Irán o Corea del Norte, no se parecen en nada a sus homólogos de Hollywood. No parece que estén tramando ningún Mundo Feliz (Entiendo que se refiere a Un mundo feliz, la novela más famosa del escritor británico Aldous Huxley, publicada por primera vez en 1932 como “Brave New World”). Los sueños más fantásticos de Kim Jong-un, y de Alí Jamenei, no van mucho más allá de las bombas atómicas, y los misiles balísticos; esto es muy propio de (una mentalidad de) 1945. Las aspiraciones de Putin parecen confinadas a reconstruir la antigua zona soviética, o incluso el anterior imperio zarista.” Por su parte, refiere que en U.S.A. “… los republicanos paranoides acusan a Barack Obama de haber sido un déspota despiadado que empolló conspiraciones para destruir los cimientos de la sociedad norteamericana… pero en ocho años de presidencia apenas consiguió que se aprobara una reforma menor de la atención sanitaria. Crear nuevos mundos y nuevos humanos trasciende con mucho a la que fue su agenda. Precisamente, porque la tecnología se mueve ahora tan deprisa, y tanto parlamentos como dictadores están inundados por datos que no pueden procesar con suficiente rapidez, los políticos de hoy en día piensan a una escala mucho más pequeña que sus predecesores de hace un siglo. En consecuencia, en los inicios del siglo XXI, la política está desprovista de visiones grandiosas. El gobierno se ha convertido en mera administración. Gestiona el país, pero ya no lo dirige. Se asegura de que a los profesores se les pague puntualmente y que los sistemas de alcantarillado no rebosen, pero no tiene ni idea de dónde estará el país dentro de veinte años”.
Coincido con Harari, creo que describe exactamente lo que sucede con los gobiernos actuales. Los dirigentes que tienen visiones «holísticas» «atrasan», y los que están razonablemente «al día», no tienen ninguna visión «a largo plazo»… su gestión se agota en lo cotidiano… y además, ambos tipos de dirigentes frecuentemente enfocados en vigilar sus mezquinos intereses de poder y dinero. Como sea, me parece que vivir “aggiornato”, usando cotidianamente las últimas tecnologías, no significa entender la trascendencia de las mismas. Respecto a esta situación, Harari opina que “En cierta medida, esto es muy bueno. Quizá estemos mejor en las manos de burócratas banales, dado que algunas de las grandes visiones políticas del siglo XX condujeron a Auschwitz, Hiroshima, y al Gran Salto Adelante (se refiere al intento de Mao, a fines de la década de 1950, de que China fuese una superpotencia militar, destinando la mayoría de los recursos a un desarrollo militar similar al de la U.R.S.S. y U.S.A, que terminó en una hambruna que mató a 15 o 20 millones de chinos – nunca se sabrá con exactitud –, y que fue seguido por la “Revolución Cultural”, el eufemismo con que Mao ejecutó la “purga” de dirigentes a los que culpaba del fracaso del “Gran Salto Adelante”). Mezclar una tecnología propia de dioses con políticas megalómanas es una receta para el desastre. ¡De acuerdo! Muchos economistas y científicos políticos neoliberales dicen que es mejor dejar todas las decisiones importantes en manos del libre mercado. Con ello dan a los políticos la excusa perfecta para la inacción y la ignorancia, que se reinterpretan como profunda sabiduría. Los políticos encuentran conveniente creer que la razón por la que no entienden el mundo es que no necesitan entenderlo”. ¡De acuerdo! Desde ahí hay solo un paso a declamar “las cosas siempre fueron así, la naturaleza humana no va a cambiar, en consecuencia… yo hago la mía…”, lo que sea que eso signifique.
Agrega Harari (pag. 363), preparando posteriores conclusiones: “No obstante, mezclar una tecnología propia de dioses con políticas miopes tiene también sus inconvenientes. La falta de visión no siempre es una bendición, y no todas las visiones son necesariamente malas. En el siglo XX, la visión distópica nazi no se diluyó de forma espontánea. Fue derrotada por las visiones igualmente grandiosas del socialismo y el liberalismo. Es peligroso confiar nuestro futuro a las fuerzas del mercado, porque estas fuerzas hacen lo que es bueno para el mercado, y no lo que es bueno para la humanidad, o para el mundo (interpreto el término mercado como expresión de intereses exclusivamente económicos – financieros). La mano del mercado es ciega, además de invisible, y si se la deja a su libre albedrío podría no hacer nada con respecto a la amenaza del calentamiento global o del peligroso potencial de la inteligencia artificial.”
Yuval Harari deja clara su postura sobre las teorías conspirativas: Algunas personas creen que, al fin y al cabo, alguien está a cargo. No políticos demócratas ni déspotas autócratas, sino una pequeña camarilla de multimillonarios que gobiernan secretamente el mundo. Pero estas teorías conspiratorias nunca funcionan, porque subestiman la complejidad del sistema. No es posible que unos pocos multimillonarios que fuman cigarros y beben whisky escocés en alguna sala privada puedan entender todo lo que pasa en el mundo, ni mucho menos controlarlo. Los multimillonarios despiadados y los pequeños grupos de presión medran en el mundo caótico actual no porque interpreten el mapa mejor que nadie, sino porque sus objetivos son muy limitados. Personalmente los considero pescadores de río revuelto; están muy entretenidos medrando, pero si las turbulencias anuncian un aluvión… pues el eventual aluvión se llevará puesto a esos pescadores «exitosos» que están al borde de un río pronto a desbordarse sin control.
Sigue Harari: “En un sistema caótico, la visión en túnel tiene sus ventajas, y el poder de los multimillonarios es estrictamente proporcional a sus objetivos. Si el hombre más rico del mundo quisiera ganar otros 1000 millones de dólares, podría fácilmente amañar el sistema para conseguir su objetivo. Por el contrario, si quisiera reducir la desigualdad global o detener el calentamiento global, ni siquiera él podría hacerlo, porque el sistema es demasiado complejo. Parece que el poder referido es inversamente proporcional a los objetivos. Sin embargo, los vacíos de poder rara vez duran mucho. Si en el siglo XXI las estructuras políticas tradicionales ya no pueden procesar los datos con suficiente rapidez para producir visiones significativas, estructuras nuevas, y más eficientes, aparecerán por evolución y ocuparán su lugar. Estas nuevas estructuras podrían ser muy distintas de cualesquiera instituciones políticas previas, ya sean democráticas o autoritarias. La única pregunta es quién construirá y controlará dichas estructuras. Si la humanidad ya no está a la altura de dicha tarea, quizá podría dejar que lo intente otro”. Así, presumo, Harari abre las puertas al dominio de la inteligencia artificial, y/o del Homo deus, es decir, de algunos superhombres que desbordarán – eliminarán – someterán al Homo sapiens; lo corroboraré, o no, en próximos capítulos.
Este subtema del capítulo 11 “La Religión de los Datos”, me ha llevado, nuevamente, a reflexionar sobre las TICs. Creo que en el conjunto del desarrollo tecnológico caótico, en cuanto carente de conducción y sentido socio político a largo plazo, el foco debe ponerse en las TICs. Me parece que las TICs han sido esenciales para la concreción de la “Aldea Global” que predijese el canadiense Marshall McLuhan, en el libro que escribió en la década de 1960 con Bruce R. Powers: “The Global Village: Transformations in World Life and Media in the 21st Century” (La Aldea Global: Transformaciones mundiales en la vida y los medios de comunicación en el siglo XXI). Del mismo modo, creo que la gestión de / con las TICs será esencial en las relaciones humanas del siglo XXI… y en el caso de los dirigentes no se trata solo de “twitear”, de promover “trolls”, o de inmiscuirse en la vida de sus rivales. Creo que la trascendencia de las TICs va mucho más allá del uso casi doméstico para comunicarse; todos los desarrollos tecnológicos, hasta los que ocurren en los ámbitos más insólitos, confluyen en las TICs. Acepto que el desarrollo mismo de las TICs parece anárquico, pero quizás no lo sea tanto. Del mismo modo en que muchos manejamos automóviles, pero pocos son pilotos de Fórmula 1, y se conocen muy bien entre ellos, en el mundo informático, los conglomerados tipo “Silicon Valley” son un número grande, pero acotado. Los dirigentes de esos núcleos de desarrollo informático se conocen entre ellos, se espían, se traicionan, y se roban expertos, e información; más aún, el flujo de investigadores selectos en TICs se limita al circuito que esos conglomerados conforman. Cuando aparece un genio informático en un pueblito, o universidad ignota… alguno de ellos lo convoca, y el genio ingresa al circuito exclusivo. Si queda fuera, estará casi solo, será sencillo seguir sus desarrollos a través de los proveedores de recursos equivalentes a los de los núcleos informáticos.